jueves, marzo 16, 2006

BUENOS AIRES: Tiempo para Telerman, por Carolina Bartel

BUENOS AIRES, Marzo 16, (PUNTO CERO) La legisladora Florencia Polimeni (Guardapolvos Blancos) manifestó que está predispuesta para colaborar con el actual jefe de gobierno, pero que “hay que darle tiempo”.
¿Cómo analiza el discurso de Jorge Telerman?
Hay que darle tiempo a las cosas, su discurso me pareció muy interesante en lo conceptual pero hay que trabajar para que se hagan realidad los planteos y voy a estar muy predispuesta a colaborar junto con los miembros del legislativo.
¿Se sintió defraudada en el momento que votó por la destitución de Ibarra?
No me siento defraudada en lo personal, creo que tenía un compromiso con la ciudadanía que era el cumplimiento de la ley. Encontré la razón de mi voto dentro de lo que encontramos en la documental y los testimonios. Me siento orgullosa de mi voto y no me arrepiento. Pero voy a colaborar en todo lo que sea necesario para fortalecer cada vez más las instituciones.
¿Qué cambia en la ciudad con la asunción de Telerman?
Hay que esperar, soy optimista y creo que se puede trabajar en cosas muy interesantes de aquí en adelante, pero hay que darle tiempo. El discurso fue pertinente, pero hay que releerlo.
¿Va a respaldar el gobierno nacional al jefe de gobierno?
Todos tenemos que respaldarlo por lo menos en su comienzo, para que tenga el empujón que necesita.

A continuación el discurso textual de la
diputada María Florencia Polimeni
el día que destituyeron al Dr. Aníbal Ibarra.
Fueron muchos los que me aconsejaron que, teniendo en cuenta mi situación, hoy no me hiciera presente. Supongo que hubiera sido mucho más sencillo eludir la responsabilidad que me toca por causa de mi embarazo, pero son tan profundas y razonadas las motivaciones que fundamentan mi voto y la convicción que tengo de que la política se transforma con política, que hoy estoy aquí, como siempre, en cumplimiento de mi responsabilidad y mi deber.
En ocasión de la interpelación al Jefe de Gobierno en esta Legislatura pronuncié un duro discurso; en ese momento, las motivaciones estaban más asociadas a las emociones, especialmente, al enojo que a la razonabilidad. El tiempo ha pasado, y puedo decir que hoy mis palabras tienen exclusivo fundamento en el estudio pormenorizado de las pruebas documentales, en la escucha atenta de los testimonios y en la evaluación crítica de la responsabilidad, fruto de largos días y noches de lectura y estudio.
Cuando constituí el bloque Guardapolvos Blancos, explicaba en mi discurso que el escenario político estaba plagado de falsas antinomias y/o maniqueísmo, y que corríamos el serio riesgo de seguir profundizando el debilitamiento y el desprestigio institucional. Lamentablemente, mis dichos se han confirmado, y en estos meses he visto que algunos sectores se han esforzado en hacernos caer en la misma trampa maniquea.
En primer término se ha querido presentar a este juicio político como una batalla entre "guardianes de la institucionalidad" y "golpistas". Pero "golpistas" son aquellos que por medios violentos y ajenos a la democracia y a las instituciones intentan dar respuestas a las crisis políticas. Una institución es algo establecido y fundado, es un organismo que desempeña una función prevista constitucionalmente. Por lo tanto, este juicio político es parte de los mecanismos institucionales que la Constitución prevé. ¿Hablar de golpe institucional no es entonces un contrasentido muy poco inocente?
En segundo término se ha querido presentar a este juicio político como una batalla entre "progresistas" y "reaccionarios". No puedo ser indulgente por compartir algunas de las "banderas progresistas" que el Jefe de Gobierno dice levantar. Y por eso, no puedo permitir que bajo la excusa de una "batalla ideológica" la impunidad se convierta en una costumbre institucional del Estado. No puedo ser indulgente, además, porque no concibo la idea de un Estado ausente. No puedo reconocer como propia la concepción de un Estado que va siempre detrás; al contrario, quienes creemos en el progresismo, en el "Estado presente", en la política como bandera de transformación, debemos honrar los cargos públicos con absoluta responsabilidad y hacer que el Estado esté constantemente alerta frente a la desprotección, la injusticia y el incumplimiento de la ley. Nunca se debe eludir la responsabilidad que implica un cargo público escudándose en argumentaciones seudo ideológicas, en cuestiones de derechas o izquierdas.
Se intenta aquí desacreditar este juicio político diciéndonos que los tiempos para disputar gobiernos son las elecciones. ¿Desde cuándo un juicio político supone una disputa de gobierno? ¿Desde cuándo las elecciones son las únicas instancias en que los gobernantes deben dar explicaciones y asumir sus responsabilidades?
No se trata de vulnerar las instituciones; por el contrario, se trata de fortalecer la democracia. Aquél que cree que sólo en el período electoral debe rendir cuentas, cree que el poder todo lo habilita. Desde mi profunda convicción democrática, entiendo que el poder se ejerce con limitaciones y con rendición de cuentas. Las elecciones no son un cheque en blanco. La democracia no es sólo votar.
Pero no quiero desviar la atención ni el tiempo en estas cuestiones, más allá de las consideraciones que acabo de hacer, porque de lo que se trata aquí es cumplir con nuestra responsabilidad y nuestro deber. Y nuestro deber es juzgar si hubo o no mal desempeño en el ejercicio de las funciones de Jefe de Gobierno. Cuando nos hacemos esta pregunta surge espontáneamente otra: ¿qué se entiende por mal desempeño?
Como decía hace un rato –si bien parece una obviedad–, el maestro constitucionalista Bidart Campos hablaba de mal desempeño como lo contrario al buen desempeño. El buen desempeño, entonces, no es otra cosa que hacer lo que se debe. Sea cual fuese el camino que adoptemos para revisar si se hizo lo que se debía hacer, llegaremos a la misma conclusión: las cosas se hicieron mal o directamente no se hicieron. Falta dilucidar quién es el responsable.
Empecemos señalando que quien tiene el poder y la legitimidad en cualquier organización para dar las órdenes es –según el teórico Claus Roxin– el llamado "hombre de arriba". Éste domina la organización, sin coacción ni engaño, pues puede cambiar a los ejecutores a su voluntad. Si el ejecutor no recibe esa legitimidad, es remplazado por otro, porque el hombre de arriba dispone de un aparato de poder organizado que maneja para actuar. Esto ocurre con nitidez, por ejemplo...Decía que esto ocurre con nitidez, por ejemplo, en una obra de Mario Puzzo, que todos conocemos, donde don Corleone –el protagonista– nunca da la orden de ejecutar a los cinco jefes de las familias de Nueva York; sin embargo, ¿cabe alguna duda de su responsabilidad? Es irrelevante si el que lo hizo fue Tarttaglia, Caneo, Barzini o Clemenza: todos son piezas intercambiables y no actúan ni bajo coacción ni bajo engaño, sino en el marco de la familia a la que pertenecen.
Cabe señalar que esta teoría de Roxin a la que hago referencia es base y fundamento de la sentencia de la causa 1384 en el juicio a las cúpulas militares. La idea del "hombre de arriba" se refuerza con más de 200 años de teoría política sobre presidencialismo, representada en autores como Lowesntein, los federales, Alberdi, Montesquieu, Tocqueville y Durverger.
Se señala que en un sistema presidencial las decisiones las toma el titular del Poder Ejecutivo, que el cargo es unipersonal, que puede contar con un gabinete que lo asista en el ejercicio del gobierno, pero el único que de manera indelegable, por medio del voto popular, tiene la legitimidad necesaria para el ejercicio del gobierno es el Jefe de Gobierno. Se ubica en la cúspide de una estructura jerárquica, donde la línea de mando es absolutamente clara: del Jefe de Gobierno hacia abajo. Sus ministros obtienen esa competencia por su designación por parte del Jefe de Gobierno, que le concede capacidad para actuar; pero esa delegación de atribuciones nunca implica delegación de responsabilidades.
El Jefe de Gobierno señalaba el 28 de enero de 2005, reforzando esta perspectiva: “Yo, como Jefe de Gobierno, a través de una intervención intenté unificar todos los controles de la Ciudad de Buenos Aires en una única área. Tuve la decisión de separarlas con el criterio de que el que habilita no controla, y el que controla no habilita”.
Es interesante ver cómo desde lo discursivo se utiliza la primera persona del singular para describir una gestión de gobierno y la responsabilidad central particularmente sobre los éxitos. Luego, se pretende diluirla jerárquicamente utilizando la primera persona del plural cuando de asumir errores se trata.
Los ejecutivos que concentran mucho poder institucional, como es el caso de los presidencialismos latinoamericanos, se caracterizan por esta patología que en general implica que quien detenta la jefatura de gobierno haga uso y abuso de todas las prerrogativas y ventajas a las que su cargo habilita. Sin embargo, a la hora de asumir las responsabilidades que devienen de esa concentración del poder, se desesperan por esquivarlas o diluirlas en otros.
Pero cambiemos ahora el lugar de la mirada y el eje de análisis, y supongamos que lo anteriormente expuesto pudiese rebatirse si nos convencen diciendo que el Jefe de Gobierno no estaba al tanto de las innumerables irregularidades o que no pudo escuchar ninguna de las alertas. En el caso de que aceptemos esta premisa, también quedaría demostrado el mal desempeño, puesto que el buen desempeño de un gobernante supone poder controlar lo hecho en las diferentes áreas de su gobierno. No se puede alegar desconocer la realidad cuando toca gobernar. Es tarea del gobernante salirse de la cúpula de cristal a la que puede llevarlo el poder y estar completamente al tanto de la realidad cotidiana.
¿A qué se dedica un Jefe de Gobierno, si no a seguir las políticas de sus ministros, sobre todo en aquellas áreas críticas? ¿A qué se dedica si no está al tanto de las alertas institucionales de los organismos que controlan su gestión?
Señores miembros de la sala: todos sabemos que Ibarra no tiró la bengala en Cromañón, pero también sabemos que no es nuestro rol encontrar a quién tiró la bengala, sino quién es el responsable de que el Estado estuviera ausente esa trágica noche, el responsable de que nadie velara por la seguridad de cuatro mil personas encerradas en una ratonera con la inscripción gigante en la tapa que parecía decir “sin salida e inflamable”.
No hacía falta un Jefe de Gobierno bombero, un Jefe de Gobierno médico, un Jefe de Gobierno inspector. Simplemente, hacía falta un Jefe de Gobierno que ejerciera su cargo con responsabilidad y tal como juramentó, observando y haciendo observar la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires.
Como dije al inicio de este discurso, mi voto está motivado hoy más que nunca por una valuación crítica de las responsabilidades. Voy a detallarla pormenorizadamente por escrito en mi sentencia.
Por último, quiero aclarar que yo conozco y reconozco la trayectoria de este Jefe de Gobierno en el pasado, y su compromiso con los derechos humanos. Es precisamente por eso que pido que me permitan concluir con una frase de Bertold Bretch: “Hay hombres que luchan un día y son buenos; hay otros que luchan un año y son mejores; hay quienes luchan muchos años y son muy buenos; pero están los que luchan toda la vida, y sólo ésos son los verdaderamente imprescindibles”.
En la política, se debe ser coherente entre el pensamiento y la acción. Nadie debe dormirse en las glorias del pasado; hay que demostrar, confirmar y honrar cada día la esencia noble que debe tener la actividad de un gobernante. Por eso estoy acá, aunque el resultado pueda implicar para muchos el ostracismo político. Por eso, ante todos los presentes quiero manifestarme a favor de la destitución del suspendido Jefe de Gobierno. (PUNTO CERO).

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