domingo, junio 13, 2010

Espaldarazo internacional a innovaciones con vacunas

Científicos de un laboratorio financiado por Conicet, la Agencia Nacional de Promoción Científica y la UBA experimentan vacunas por vía oral contra enfermedades infeccionas, proyecto que fue elegido para subsidiar por la fundación Gates entre 2700 postulantes de 18 países.
Las 1500 becas anuales que ha multiplicado el Conicet para el estudio de ciencias médicas y la mejora abismal en el presupuesto para investigaciones ya rinden importantes frutos internacionales: el equipo que dirige Juliana Cassataro en el laboratorio de Inmunogenética del Hospital de Clínicas y en el Instituto de Estudios de la Inmunidad Humoral Profesor R. A. Margni –Idehu/Conicet fue seleccionado entre 2700 postulantes de 18 países por la fundación de Bill Gates por sus proyectos de investigación de vacunas innovadoras y kits de diagnósticos de enfermedades infecciosas.
La elección fue totalmente anónima y, en Sudamérica, sólo lo habían recibido anteriormente dos brasileños.
La fundación del número uno de Microsoft y su esposa Melinda destinó 10.000 millones de dólares para promover la innovación en proyectos e investigaciones globales sobre salud, según anunció Gates en la cumbre económica de Davos.
El subsidio que le otorgaron tiene dos fases. En la primera, que dura un año, deberá probar lo investigado. Actualmente lo hace en ratones de laboratorio.
En la segunda fase, deberá desarrollar la aplicación con vistas a que sea probada en humanos, en cuatro o cinco años.
Los ensayos clínicos en personas serán tarea de las farmacéuticas, que inclusive “vienen a los países en desarrollo a testear”, comentó.
Cassataro, de 36 años, es desde hace doce la directora del equipo, integrado además por Guillermo Giambartolomei, Lorena Coria, Andrés Ibáñez, Victoria Delpino, Karina Pasquevich, Alberto Fossati, Paula Barrionuevo y Clara García, y su labor viene siendo apoyada por el financiamiento estatal que obtiene el laboratorio desde 1999 a través del Conicet, la Agencia Nacional de Promoción Científica y la UBA.
En su tesis de doctorado sobre la brucelosis, Cassataro ya había comenzado a indagar en una proteína que no necesitaba del adyuvante para dar protección y su investigación se basa en “probar un inmunopotenciador de vacunas”.
La científica explicó a radio América que las dosis que no utilizan microorganismos vivos están compuestas por un antígeno, la parte del virus que forma los anticuerpos, y un adyuvante o potenciador, que es el que aumenta la respuesta al antígeno sin hacer daño.
Hoy, esos adyuvantes sólo están basados en aceites minerales o sales de aluminio, con lo cual lo que busca el equipo de Cassataro es desarrollar aplicaciones por vía oral.
“Es menos invasivo que las jeringas”, dice la investigadora. Uno de los inconvenientes es que los antígenos son degradados en el estómago por enzimas gástricas, por lo que se necesitan muchas dosis orales para que haya algún efecto.
La proteína encontrada en la brucelosis permite funcionar como potenciador que supera las paredes del estómago. Y de esta forma, puede ser usado para vacunas contra patógenos como la salmonella, el cólera o la diarrea.
“La idea es dar una respuesta diferente dependiendo del patógeno para el cual se aplique la vacuna”, afirmó.
Ejemplificó con la influenza que en EE.UU., al contagiarse por vías respiratorias, se la combate con dosis nasales.
En la actualidad se necesitan vacunas que también induzcan células inmunes capaces de combatir otras enfermedades como el HIV o el Chagas, entre muchas para las que aún no existe una vacuna.

Compromiso con los derechos humanos
Juliana Cassataro una historia detrás de sus 36 años de vida mucho más profunda de lo que su curriculum científico, cada vez más imponente, marca.
Nació en La Plata en 1974. Tres años después, durante la dictadura militar, fue secuestrada por un grupo de tareas, con sus padres y su hermanita, de sólo un año.
“Mi papá, Héctor Daniel Cassataro, era ingeniero químico y mi mamá, Alicia Ramírez Abella, contadora. Cuando nos llevaron de casa nos dejaron en un asilo en La Plata para darnos en adopción. Por suerte, nuestros abuelos nos encontraron dos meses después”, comenta Juliana.
Sus padres jamás aparecieron. A partir de entonces, las hermanas vivieron con sus abuelos en Olavarría, y tres años después, se radicaron definitivamente en Mar del Plata, hasta que Juliana se graduó. A los 23 años, comenzó el doctorado en Inmunología en la UBA, donde también da clases.
“Parezco gitana”, señala riéndose.
Y opina sobre la política actual de Derechos Humanos: “Siento que es un momento casi único, porque desde que nací veo por primera vez una respuesta del Estado. Finalmente, llega un reconocimiento general, avalado por la sociedad.”

No hay comentarios.: